Los seres humanos tenemos dos características principales que nos diferencian de los animales: la política y el erotismo (Sierra, 2012). Pero ambas actividades las llevamos a cabo apoyados por una herramienta única, la cual es el lenguaje. Es a través de la lenguaque los humanos podemos dar a conocer nuestras opiniones y preferencias sobre diversos temas, entre los cuales desde luego se incluye la política. Para comunicarnos seguimos reglas socialmente aceptadas, como el respeto a las normas del idioma o a las normas de cortesía. En resumen, es el respeto a los signos del lenguaje lo que permite a los seres humanos primero, expresarse, y posteriormente, entablar una conversación fluida sobre cualquier tópico. El que haya coincidencia en el significado que se le otorga a los signos del lenguaje y, profundizando, en los conceptos que contenga un idioma, auxilia a que la plática que sostengan dos o más personas tenga alguna utilidad o, por lo menos, coherencia.
Sin embargo, en muchas ocasiones existen ciertos factores que alteran el significado que tienen los conceptos en el idioma que se hable. Cuando los conceptos tienen múltiples significados, más si son contradictorios, el diálogo simplemente es imposible. Uno de los factores que frecuentemente modifican el significado de las palabras es la política. El mismo Stalin, previo a la Revolución de 1917, afirmó que “el idioma es un instrumento de desarrollo y un arma de lucha” (1904), remarcando cómo la existencia de ciertos conceptos podían moldear la mente del pueblo e incitarla a sumarse a la revolución de los bolcheviques. Consciente de la importancia del idioma como condicionante de la mente, el activista trotskista y escritor británico George Orwell en su afamada obra 1984, relata la existencia de la llamada “neo lengua”, en la cual en un imaginario país regido por un gobierno totalitario, éste transformaba radicalmente el significado de las palabras con tal de manipular con mayor facilidad la mente del pueblo. La conocida frase “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”, es una referencia a cómo en el totalitarismo ciertas palabras que poseen un significado concreto asignado por las academias de la lengua se ve transformado por el avasallador poder de la política.
Preocupado por esta posibilidad, el politólogo italiano Giovanni Sartori especifica al inicio de su libro ¿Qué es la Democracia? (2003) que antes de establecer una teoría sobre la democracia, primero se debe de dejar estipulado el significado del concepto. Etimológicamente, el significado es sencillo: el poder del pueblo. Pero definir un tema tan complejo no puede agotarse en una mera etimología. Es por ello que en la actualidad, la mayoría de los politólogos se dedican a investigar sobre “la calidad de la democracia”, elaborando definiciones máximas y definiciones mínimas de lo que es y lo que no es la democracia. Esta labor es fundamental para el desarrollo del diálogo político, ya que la inmensa mayoría de los gobiernos del mundo se consideran a sí mismos -en el discurso- como democráticos. Vamos, si hasta Corea del Norte se considera como tal por llamarse así (el nombre oficial del país es República Popular Democrática de Corea), entonces los ciudadanos de cualquier estado se encuentran sin defensa argumentativa frente a un gobierno autoritario, ya que éstos también se pueden ostentar como democráticos, aunque no lo sean.
Es aquí donde radica la vital importancia de manejar conceptos con significados precisos en la vida humana, sobre todo en el campo de la política. Esta preocupación llevó al politólogo estadounidense Robert A. Dahl a proponer en su más célebre libro La Poliarquía (2009), las famosas tres condiciones para el establecimiento de la democracia: I) Oportunidad de formular las preferencias políticas por parte de los ciudadanos; II) Manifestar las preferencias; y III) Recibir igualdad de trato por parte del gobierno en la ponderación de las preferencias. Cada una de estas condiciones viene acompañada de sus respectivas garantías institucionales, por lo que el establecimiento de la democracia a plenitud es una labor difícil de alcanzar.
Para sortear dicha dificultad, los ciudadanos estamos obligados a respetar el significado de los conceptos políticos, no solo para -como se dijo al inicio- poder comunicarnos de forma coherente con otras personas, sino para algo más importante: mantener una defensa argumentativa ante un gobierno autoritario. Por ello, en estas festividades con motivo de la Navidad y el recibimiento del Año Nuevo, si vas a participar de alguna reunión familiar y durante la plática se toca el tema de la política, asegúrate de que antes de discutir se tenga un piso compartido de conceptos políticos. De no ser así, y si cada quien tiene sus “propias opiniones” sobre el significado de lo que es la democracia, por ejemplo, la plática navideña será estéril y en lugar de pasar un momento agradable en familia, se pueden desbordar las pasiones y arruinarle la cena a todos los asistentes. En conclusión, la defensa de la democracia inicia en la cena de Navidad.
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