viernes, 2 de agosto de 2013

“El Pacto por México como instrumento de eliminación del Conflicto Político".

Todo gobernante tiene una obsesión particular. Las características personales del individuo que ostenta un cargo público condicionan su actuar en la función que le toque desempeñar. Desde un cargo de representación popular hasta un encargo de designación, el político le da su toque propio. Pero a pesar de las muchas singularidades que pueda haber, todos los políticos, entendiendo por político a aquel que busca modelar a la sociedad de acuerdo a sus ideas desde el poder público, se encuentran hermanados por una obsesión general, un deseo común que todos comparten: trascender. En distintas épocas, los políticos impulsan iniciativas que les faciliten la conducción de la sociedad, creando un escenario de consenso o de destrucción de la misma oposición.

Todo político, por regla general, siempre buscará incrementar la capacidad de gobernabilidad del gobierno que encabece, y una sociedad es más gobernable mientras menos reticencia exista por parte de la sociedad civil al ejercicio del poder del Estado. Retomando a Arbos y Giner (2003), debemos de entender por gobernabilidad la cualidad propia de una comunidad política según la cual sus instituciones de gobierno actúan eficazmente dentro de su espacio de un modo considerado legitimo por la ciudadanía, permitiendo así el libre ejercicio de la voluntad política del poder ejecutivo mediante la obediencia del pueblo”1. ¿Pero para que se busca tener un poder omnímodo, incontestable y absoluto? Para gobernar con comodidad y lograr imponer de forma tranquila y sin sobresaltos el programa de gobierno que se decida adoptar. La instauración de dicho programa, le permitirá al gobernante trascender más allá de su período como autoridad pública. Los gobernantes que han logrado trascender en la historia, son aquellos que lograron sumar a sus pueblos en la consecución de ciertos objetivos trazados en un plan general. Algunos logran dicha unidad nacional de forma democrática, como Nelson Mandela en Sudáfrica quien impulsó la eliminación del “Apartheid”, o como Theodore Roosevelt, quien logró amplios consensos en la sociedad estadounidense para echar a andar el llamado “New Deal”. Otros, por el contrario, de forma totalitaria, imponen su proyecto político a la sociedad desapareciendo a la oposición, como Adolfo Hitler en Alemania o José Stalin en la Unión Soviética, quien eliminó a los grandes líderes de la Revolución Bolchevique de la que el fue parte con tal de tener un poder incontestable.

Tomando en cuenta lo anterior, se puede afirmar con toda seguridad que el Pacto Por México es la estrategia de Enrique Peña Nieto para imponer su visión de país y consolidar su poder. Pero a diferencia de los casos citados, el Presidente Peña no tiene contemplado la imposición de un regimen totalitario, ni tampoco la profundización de la democracia, para hacer una realidad su plan de gobierno. Más que apostarle a la política, Don Enrique busca anular la política, la cual es consenso y disenso, diálogo, discusión, acuerdos. Con el Pacto Por México, Peña Nieto busca restarle legitimidad a las ya de por si desprestigiadas instituciones republicanas y destruir la división de poderes al entregarle al nombrado “Consejo Rector” del Pacto Por México todas las atribuciones de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, al ser este Consejo, quien aprueba o niega la agenda legislativa del Congreso de la Unión. La vía que Peña Nieto se ha decidido a seguir, es la de generar cada vez menor interés de los mexicanos en la política, esto es, la antipolítica hecha gobierno. Para definir que es la antipolítica, primero hay que citar a Enrique Dussel (2010), quien conceptualiza a la política como la política, en su sentido más noble, obediencial, es esta responsabilidad por la vida en primer lugar de los más pobres. Esta exigencia normativa fundamental constituye el momento creativo de la política como liberación”.2 Por lo tanto, la antipolítica es la falta de responsabilidad hacia los más necesitados. Peña apuesta a la antipolítica al perseguir el objetivo perverso de que menos ciudadanos se interesen por las cosas públicas, y por supuesto, los primeros en desinteresarse, serían los desposeídos, al carecer de menores grados de instrucción.

El atractivo de las discusiones políticas radica en el enfrentamiento directo entre dos fuerzas contendientes o, como en el caso de México, tres grandes bloques principales. Al condenarse al conflicto como algo que impide el progreso nacional y buscar su desaparición, la democracia pierde su esencia y por lo tanto, las discusiones políticas pierden su motivo de existencia. El que exista el conflicto obliga a la clase política a crear instituciones donde las diferencias que se tengan en el seno de la sociedad se procesen de forma pacífica, es decir, de manera democrática. Contrario a los supuestos de Peña Nieto, un demócrata no tiene como objetivo cancelar al conflicto, sino por el contrario, anhela procesarlo y recoger de el las exigencias más sentidas de la población.

El conflicto es la esencia de la democracia. No es el consenso, no es el disenso, es el conflicto. Porque mientras el disenso se limita a una diferencia de opiniones, el conflicto es el choque entre fuerzas en pugna que buscan modelar a la sociedad de acuerdo a su criterio, se enfrentan concepciones distintas de la sociedad, de tipos de sociedad. La perdida de consenso, tiene muchas consecuencias, pero en este caso particupar, es productivo citar a Gramsci (1975) cuando señala que “Si la clase dominante ha perdido el consenso (consenso), no es más clase dirigente (dirigente), es únicamente dominante, detenta la pura fuerza coercitiva (forza coercitiva) lo que indica que las grandes masas se han alejado de la ideología tradicional, no creyendo ya en lo que antes creían”.3 Sin embargo, es tal la voluntad de las partes por seguir en la sociedad, que aunque no estén de acuerdo en su funcionamiento, se mantienen al interior de esta apostando a que eventualmente se logrará, a través de la vía pacífica, imponer sus ideas al orden social. Este es el verdadero baluarte democrático: el defender con ahínco una idea, pero si esta no es apoyada, seguir al interior de la sociedad, reconociendo que en la democracia se gana y se pierde, pero que también ninguna victoria ni mucho menos una derrota es eterna. El negar la existencia del conflicto, y peor aún, buscar desaparecerlo, es borrar el motor del juego democrático.

Durante este ensayo, se ha buscado dejar en claro una cuestión fundamental: el Pacto por México tiene como verdadero objetivo el eliminar al conflicto al interior de la sociedad desdibujando las diferencias entre los partidos políticos. Dicha eliminación llevaría a disminuir la atención del ciudadano por la política y por ende, a una menor participación electoral. El tener un alto porcentaje de abstención es sinónimo de que las autoridades electas a través del sufragio cuenten con muy poca legitimidad por parte del pueblo. Es importante señalar que por “pueblo” se debe de entender “un actor colectivo político, no un sujeto histórico sustancial fetichizado. El pueblo aparece en coyunturas políticas críticas, cuando cobra conciencia explítica del hegemón analógico de todas las reivindicaciones desde donde se definen la estrategia y las tácticas, transformándose en un actor, constructor de la historia desde un nuevo fundamento”.4

La institución pública que por su naturaleza es esencialmente política, es cualquier Cámara integrante del Poder Legislativo. De esta manera, al convertirse el Congreso de la Unión en un actor irrelevante, Peña Nieto deja de verse obligado a negociar sus reformas en diálogo directo con los Diputados y Diputados y se limita a que estas se ratifiquen, de manera casi íntegra, en las instancias de gobierno del Pacto por México. Ese pacto representa el fin de la deliberación pública, de la discusión colectiva y la vigilancia correcta a los representantes populares, esto último debido a que los mismos dejan de tener razón de existir, ya que los legisladores, los máximos exponentes de la democracia representativa, son los tomadores de decisiones que debaten basándose en la opinión de sus electores, y su presencia carece de sentido gracias a la “unidad” y “cooperación” a la que apelan los agoreros del Pacto, de forma obligada. En resumen, el Pacto por México, en lugar de incentivar la participación cívica, la desincentiva. Y un pueblo no participante que se limita a ser espectador de la realidad, es el tipo de pueblo que cualquier político antidemocrático desea. Como Enrique Peña Nieto.

1 Xavier Arbós y Salvador Giner “La gobernabilidad, Ciudadanía y Democracia en la encrucijada mundial”. Editorial Siglo XXI primera edición 1993.
2Enrique Dussel “20 Tesis de Política”. Editorial “El Perro y la Rana”, 3ra Edición, Venezuela 2010.
3Antonio Gramsci, Cuaderni del Carcere, 3, Edición de V. Gerratana, Einaudi Editore, Torino, 1975, vol. 1, p. 311.
4 Dussel, op. cit.

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