miércoles, 12 de marzo de 2014

Enrique Peña Nieto y la Restauración del Antiguo Régimen en México.

A raíz del reportaje que la Revista "Time" le dedicó al Presidente de México, Enrique Peña Nieto, en el cuál ensalzaba su agenda de reformas y que fue titulado "Salvando a México", además de las recientes sanciones que el Instituto Federal de Telecomunicaciones ha aplicado a la todo poderosa Televisa, han surgido opiniones diversas que tienen en común la creencia de que el retorno del PRI a la Presidencia de la República no ha significado un retorno al pasado, por el contrario, son cada vez más los que piensan que México es gobernado efectivamente por un "Nuevo PRI". Para quien esto escribe, esto no es así, por el contrario, Peña Nieto y el PRI están haciendo todo lo posible para hacer realidad "la restauración del antiguo régimen" que durante 71 años caracterizó a nuestro país. Pero ¿Qué significa esto?

El pensador liberal Alexis Tocqueville acuñó el concepto "antiguo régimen" para referirse de forma peyorativa a la época en la cual Francia era gobernada por una Monarquía Absolutista. Aunque durante ese período histórico ocurrió también la transición del feudalismo al capitalismo, la esencia del Antiguo Régimen no eran ni el modo de producción feudalista, ni el desarrollo de los medios de producción, ni mucho menos la irrupción de una nueva clase social (la burguesía). Al antiguo régimen lo definió como tal el poder absoluto de los reyes, es decir, el sistema político, no el sistema económico.

A pesar de que Tocqueville había creado el concepto antiguo régimen con una evidente connotación negativa, eso no impidió que ante el fracaso de la Revolución, de la 1ra República Francesa y el derrumbamiento del Imperio de Napoelón Bonaparte, el pueblo francés respaldara en 1814 la vuelta a la Monarquía como forma de gobierno. Inclusive personajes tan importantes como Charles Talleyrand, quien fue Ministro de Relaciones Exteriores con Napoleón, era partidario de la vuelta al antiguo régimen, por lo que el concepto adquirió connotaciones positivas a tales niveles que los llamados "ultrarrealistas" arrasaron en las elecciones para la Cámara de Diputados de 1815. El nuevo Rey, Luis XVIII, gobernó hasta su muerte en 1824 bajo la figura de una Monarquía Constitucional e incluso consagró en la Carta de 1814 la mayoría de los derechos y libertades conquistadas por la Revolución. Sin embargo, quién lo sucedió en el trono, fue su hermano Carlos X, militante del Partido Ultramonárquico, quién restauró la Monarquía Absoluta. El retorno al trono de Francia por parte de la Casa de Borbón terminó con la ilusión referente a que era posible tener una Monarquía Constitucional con la Restauración de los Borbones. Para deshacerse de ella para siempre, los franceses tuvieron que recurrir a una segunda revolución, la llamada Revolución de Julio de 1830, la cual desembocó en el ascenso al trono del último Rey de Francia, Luis Felipe de Orleans, llamado el Rey Burgués, debido a que el poder en realidad lo tenían los burgueses, no los nobles.

México, como Francia en el siglo XVIII, en la actualidad se encuentra sumido en un proceso de Restauración del Antiguo Régimen. Si al antiguo régimen francés lo definió la monarquía absoluta, al antiguo régimen mexicano así como al actual sistema político lo define de acuerdo a Espinoza Valle (2000) la Presidencia de la República. Durante 71 años, el sistema político mexicano se sustentó en tres instituciones: “el aparato gubernamental corporativo, la Presidencia de la República y el Partido Revolucionario Institucional”[1]. Giovanni Sartori (2012) afirmó que este sustentó llevo a que la constitución formal de México fuera modificada por la "constitución material", por lo que a pesar de tener división de poderes, durante las presidencias emanadas del PRI se decía que "México está gobernado por su presidente de manera que recuerda al dictador de tipo romano"[2]. Durante esos 71 años de predominio del PRI, la cultura política del mexicano se volvió autoritaria, y se acuñó el refrán popular “el PRI es así porque los mexicanos somos así”.

A pesar del éxito que durante décadas tuvo el sistema político mexicano para funcionar de esta manera, a partir de la usurpación de la Presidencia por parte de Carlos Salinas (6 de Julio de 1988 no se olvida) las cosas comenzaron a cambiar. Salinas profundizó el proceso de implementación del modelo económico denominado neoliberal, consistente en la reducción del aparato gubernamental y la privatización de las empresas públicas, dejando atrás el modelo populista y de proteccionismo comercial. En la esfera sindical, Salinas de Gortari destronó a Joaquín Hernández Galicia y a Carlos Jongitud Barrios como líderes del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana y del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación respectivamente. Así mismo, Meyer (1994) destaca como parte importante del salinato en el plano político, el reconocimiento de las victorias electorales locales del Partido Acción Nacional más no las del Partido de la Revolución Democrática. A pesar de estos cambios trascendentales, algo no fue modificado: el poder omnipresente de la Presidencia. El reconocimiento de los triunfos del PAN representó el fin del predominio absoluto del PRI, mientras que el cambio del modelo económico y el encarcelamiento de dirigentes sindicales marcaba un antes y un después en la historia del corporativismo mexicano, pero todo estos cambios en lugar de debilitar la figura del Presidente, la fortalecieron: el PAN ganó sus primeras gobernaciones por que el Presidente así lo quiso, los petroleros y los profesores tuvieron nuevos dirigentes sindicales por decisión presidencial. Con Carlos Salinas no quedó duda alguna de que el centro del sistema político mexicano lo representa la Presidencia.

Con la derrota del PRI en las elecciones presidenciales del año 2000, “la constitución material mexicana se desvaneció, dejó de existir”[3]. De acuerdo a María Amparo Casar (1996), el Presidente de México era un “hiperpresidente” debido a, entre otras cosas, por tener un Congreso dominado ampliamente por su partido político. Por ello, cuando el PAN accedió a la Presidencia de la República sin contar con la mayoría en las cámaras legislativas, tanto Vicente Fox como Felipe Calderón se transformaron en “hipopresidentes”, ya que intentaron ejercer la titularidad del Poder Ejecutivo del mismo modo que lo hicieron los presidentes priístas pero su esfuerzo fue en vano ante la ausencia de una bancada oficialista mayoritaria en el Congreso de la Unión. En ese sentido, mientras el PAN a nivel federal intentaba ser algo que nunca pudo ser, el PRI se refugió en los gobiernos estatales, reproduciendo el mismo esquema de sumisión partido-Estado pero ahora en las entidades federativas, en las cuales el Gobernador del estado ejercía un poder similar al que el Presidente ejercía sobre la nación. Durante los 12 años que duraron en la oposición en el plano nacional, los priístas no modificaron su cultura política, ya que en las entidades federativas bajo su administración han seguido ejerciendo el poder como antaño. Al momento de escribir estas líneas, el PRI gobierna 20 entidades federativas y tiene mayoría en conjunto con sus partidos aliados en el Congreso local en 16 estados, mientras que en Chiapas gobierna en coalición y cuenta con mayoría calificada en la Cámara de Diputados del estado con el PVEM; es decir, los priístas en su mayoría no conocen otra forma de ejercer el poder público que no sea la forma hiperpresidencialista.

El retorno del PRI a Los Pinos no representa la llegada de una nueva forma de gobernar. Peña Nieto ha ejercido el poder de la única manera que los priistas conocen: autoritariamente. Prueba de ello es el arresto de Elba Esther Gordillo, que aunque aplaudido mediáticamente, este no representó el fin del corporativismo en el gremio magisterial, así como tampoco lo representó la detención de Hernández Galicia en el sindicato petrolero por parte de Salinas de Gortari. En ese sentido, la aún reciente apertura al sector privado en el sector energético es la continuidad del proyecto neoliberal puesto en marcha hace 32 años. Por lo tanto, el Presidente Peña está siguiendo el mismo guión que utilizó Carlos Salinas.

Queda algo por aclarar. En la época del Antiguo Régimen, los mexicanos tenían una certeza: no había mayor autoridad que la del “Señor Presidente”, quien mandaba en México era el Presidente de la República y no había nada por encima de él. Si algún grupo de interés o poder fáctico osaba retar al Presidente, este era disciplinado inmediatamente. Así es como deben de ser comprendidas las recientes sanciones a Televisa y a Telmex: un llamado de atención a ambas empresas y a sus propietarios para que recuerden quien manda cuando gobierna el PRI. Durante la docena panista, los poderes fácticos como las televisoras, los bancos o el crimen organizado, desafiaron el poder presidencial o se consideraron iguales a éste, pero con el regreso del PRI, se está viviendo un proceso de restauración. Esto es posible porque el PAN cuando tuvo la Presidencia nunca intentó modificar la estructura del presidencialismo mexicano, por el contrario, intentó adaptarse a ella y a simplemente sustituir al PRI, es decir, México ha padecido de una alternancia sin transición, por lo tanto cuando el Revolucionario Institucional regresó, la estructura que había creado se encontraba intacta.


En conclusión, el proyecto político de Peña Nieto para este sexenio es la restauración del antiguo régimen. Aunque se profundice el modelo neoliberal y se debilite al corporativismo, el pilar fundamental del sistema político mexicano, el Poder Ejecutivo, se ha fortalecido en poco menos de un año y medio de gobierno priísta, y al parecer se encuentra listo para disciplinar a los poderes fácticos que ante la debilidad de los “hipopresidentes” panistas, creyeron ser igual de poderosos que la Presidencia de la República. Ante este intento de restauración, la única manera de desmontar el excesivo poder del Presidente es a través de una medida que de implementarse, transformaría radicalmente al sistema político mexicano: instaurar el régimen semipresidencialista como forma de gobierno, tal como lo propuso Cuauhtémoc Cárdenas en la mítica campaña electoral de 1988, la cual fue durante sus primeros años la principal propuesta política del PRD y que aún nadie sabe porqué este partido ha dejado de enarbolar.




[1] Espinoza Valle, Víctor Alejandro (2000) Alternancia Política y Gestión Pública, El Colegio de la Frontera Norte, Tijuana. La palabra “corporativo” es mía.
[2] Sartori, Giovanni (1992) Partidos y Sistemas de Partidos, Alianza Editorial, Madrid.
[3] Sartori, Giovanni (2012) Ingeniería Constitucional Comparada, Fondo de Cultura Económica, México D.F.

sábado, 8 de marzo de 2014

La política como deformadora del lenguaje.

Los seres humanos tenemos dos características principales que nos diferencian de los animales: la política y el erotismo (Sierra, 2012). Pero ambas actividades las llevamos a cabo apoyados por una herramienta única, la cual es el lenguaje. Es a través de la lenguaque los humanos podemos dar a conocer nuestras opiniones y preferencias sobre diversos temas, entre los cuales desde luego se incluye la política. Para comunicarnos seguimos reglas socialmente aceptadas, como el respeto a las normas del idioma o a las normas de cortesía. En resumen, es el respeto a los signos del lenguaje lo que permite a los seres humanos primero, expresarse, y posteriormente, entablar una conversación fluida sobre cualquier tópico. El que haya coincidencia en el significado que se le otorga a los signos del lenguaje y, profundizando, en los conceptos que contenga un idioma, auxilia a que la plática que sostengan dos o más personas tenga alguna utilidad o, por lo menos, coherencia.
Sin embargo, en muchas ocasiones existen ciertos factores que alteran el significado que tienen los conceptos en el idioma que se hable. Cuando los conceptos tienen múltiples significados, más si son contradictorios, el diálogo simplemente es imposible. Uno de los factores que frecuentemente modifican el significado de las palabras es la política. El mismo Stalin, previo a la Revolución de 1917, afirmó que “el idioma es un instrumento de desarrollo y un arma de lucha” (1904), remarcando cómo la existencia de ciertos conceptos podían moldear la mente del pueblo e incitarla a sumarse a la revolución de los bolcheviques. Consciente de la importancia del idioma como condicionante de la mente, el activista trotskista y escritor británico George Orwell en su afamada obra 1984, relata la existencia de la llamada “neo lengua”, en la cual en un imaginario país regido por un gobierno totalitario, éste transformaba radicalmente el significado de las palabras con tal de manipular con mayor facilidad la mente del pueblo. La conocida frase “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”, es una referencia a cómo en el totalitarismo ciertas palabras que poseen un significado concreto asignado por las academias de la lengua se ve transformado por el avasallador poder de la política.
Preocupado por esta posibilidad, el politólogo italiano Giovanni Sartori especifica al inicio de su libro ¿Qué es la Democracia? (2003) que antes de establecer una teoría sobre la democracia, primero se debe de dejar estipulado el significado del concepto. Etimológicamente, el significado es sencillo: el poder del pueblo. Pero definir un tema tan complejo no puede agotarse en una mera etimología. Es por ello que en la actualidad, la mayoría de los politólogos se dedican a investigar sobre “la calidad de la democracia”, elaborando definiciones máximas y definiciones mínimas de lo que es y lo que no es la democracia. Esta labor es fundamental para el desarrollo del diálogo político, ya que la inmensa mayoría de los gobiernos del mundo se consideran a sí mismos -en el discurso- como democráticos. Vamos, si hasta Corea del Norte se considera como tal por llamarse así (el nombre oficial del país es República Popular Democrática de Corea), entonces los ciudadanos de cualquier estado se encuentran sin defensa argumentativa frente a un gobierno autoritario, ya que éstos también se pueden ostentar como democráticos, aunque no lo sean.
Es aquí donde radica la vital importancia de manejar conceptos con significados precisos en la vida humana, sobre todo en el campo de la política. Esta preocupación llevó al politólogo estadounidense Robert A. Dahl a proponer en su más célebre libro La Poliarquía (2009), las famosas tres condiciones para el establecimiento de la democracia: I) Oportunidad de formular las preferencias políticas por parte de los ciudadanos; II) Manifestar las preferencias; y III) Recibir igualdad de trato por parte del gobierno en la ponderación de las preferencias. Cada una de estas condiciones viene acompañada de sus respectivas garantías institucionales, por lo que el establecimiento de la democracia a plenitud es una labor difícil de alcanzar.
Para sortear dicha dificultad, los ciudadanos estamos obligados a respetar el significado de los conceptos políticos, no solo para -como se dijo al inicio- poder comunicarnos de forma coherente con otras personas, sino para algo más importante: mantener una defensa argumentativa ante un gobierno autoritario. Por ello, en estas festividades con motivo de la Navidad y el recibimiento del Año Nuevo, si vas a participar de alguna reunión familiar y durante la plática se toca el tema de la política, asegúrate de que antes de discutir se tenga un piso compartido de conceptos políticos. De no ser así, y si cada quien tiene sus “propias opiniones” sobre el significado de lo que es la democracia, por ejemplo, la plática navideña será estéril y en lugar de pasar un momento agradable en familia, se pueden desbordar las pasiones y arruinarle la cena a todos los asistentes. En conclusión, la defensa de la democracia inicia en la cena de Navidad.