viernes, 5 de agosto de 2011

Una semana en La Habana - Jueves 28 de Julio.


Durante el desayuno, nos encontramos a Herón Escobar, Diputado Federal por el Partido del Trabajo, quien también se encontraba en el Hotel Riviera tomándose una semana de vacaciones. El taxista que nos llevó en esta ocasión, tuvo una actitud bastante diferente al del día anterior: Apoyaba al gobierno, y se molestaba ante las preguntas críticas que mi hermana y yo le hacíamos. Nos comentó que La Habana Vieja fue declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, pero que Estados Unidos había vetado la ayuda de esa organización internacional a Cuba, por lo que no podían accesar a recursos con los cuales remodelar el Centro Histórico de la ciudad hasta hace unos años. Comentó que el principal problema que tenían, es que muchos de los edificios derruidos tenían 200 años, he incluso, muchos tenían 400 años de haberse construido, por lo que prácticamente eran irreparables, pero la gente que vivía en ellos no querían salir de sus casas para poderlos remodelar.

Tras esa interesante plática, fue que llegamos al Museo de la Revolución. Las calles que rodean al Museo están en reparación, por lo que la vista de la entrada del Museo no lucía en todo su esplendor. En la entrada había una larga fila de estudiantes cubanos, que iban en grupo al Museo. Al pagar la entrada y dejar mi hermana su bolsa y yo mi morral, los muchachos cubanos también pasaron, por lo que se arremolinó de gente la entrada. El Museo está muy bien cuidado, precioso diría yo. Está lleno de información y cosas interesantes, desde la toga que utilizó Fidel Castro cuando se defendió en el juicio que se le hizo por el asalto al Cuártel Moncada, hasta uniformes utilizados por la guerrilla. A pesar de lo interesante del recorrido, Priscilla se la pasó quejándose, expresándose mal de los cubanos y su gobierno, haciendo que me hartara en cierto punto. Estaba dolida por la estafa de la que fuímos víctimas, y de esa manera expresaba su coraje. Yo perdí el control y le dije que se callara y dejara de molestar. Eso provocó que nos disgustaramos, y ella prefirió regresarse al hotel y yo ir solo al Memorial Granma, lugar donde está el yate que utilizaron los revolucionarios cubanos para llegar de México a su isla.

Cuando terminé de ver el Memorial, llegó mi hermana diciéndome que fuéramos a platicar con un señor de edad avanzada, quien también discutió con mi hermana acerca de la realidad de la isla. El señor era Eliot Pena, el más famoso historiador cubano. Junto a el estaban 3 jovenes cubanos (2 muchachas y 1 muchacho) quienes discutieron fuertemente con mi hermana. Intercambié algunas palabras con ellos, y como pueden imaginar, también me preguntaron como era la frontera con Estados Unidos y si podíamos entrar. Una muchacha que estudia Literatura Inglesa y hace su servicio social en el Museo, sirviendo como guía para los turistas que hablan el idioma de Shakespeare, se molestó conmigo: No me creyó que en México nos cobran la educación. La muchacha no me creyó, dijo que me estaba haciendo el interesante, me reviró diciéndome que mis papás pagaban impuestos y que con eso se me pagaba la educación, pero no entendió que a pesar de ello, los mexicanos pagamos una cuota semestral cada vez que nos inscribimos. En conclusión, los muchachos no me entendieron, simplemente no les entraba en la cabeza que la educación se cobre, ya que ellos no pagan por ella. Después de la plática, el historiador Eliot le habló a un oficial de la Policía Nacional Revolucionaria para que nos condujera al Cuártel "La Fortaleza", sede del cuerpo policíaco de la Habana Vieja, con el fin de que reportáramos la estafa. Eliot se despidió de nosotros diciéndonos que fuéramos al día siguiente al Museo nuevamente, que nos contaría de cabo a rabo la historia de la Revolución Cubana y nos regalaría unos libros buenísimos.

Al llegar a la Fortaleza y adentrarnos en su interior, me percaté nuevamente que estaba en Cuba, un país completamente distinto a los demás. Frases de los héroes de la Revolución inundaban las paredes, además de tener cuadros de Fidel, Raúl, Ché y Camilo por todos lados, y desde luego, un busto de José Martí en el sitio de honor. Aunque el plan original de mi hermana era realizar una denuncia formal, no pudo hacerlo, ya que no llevaba su pasaporte ni el tabaco o el café para comprobar la estafa de la cual fuímos objeto. Además, los policías se rieron de nosotros, y uno de ellos se molestó cuando Priscilla dijo que los muchachos nos comentaron que se morían de hambre. El policía encaró a mi hermana y le preguntó: "¿Parece que me muero de hambre? Eso te pasa por boba y por creerle al primero que te inventa una historia". Entre las burlas y corajes de los oficiales, el levantamiento del reporte en la oficina de inmigración y en la ubicación de rostros en las computadoras de la comandancia nos llevamos buen rato. Cuando salimos de La Fortaleza, ya era tarde, más o menos las 3:30pm. Priscilla quería ir al Memorial de José Martí, pero yo prefería ir a las oficinas centrales de la Unión de Jóvenes Comunistas, ya que estaban a unos cuantos metros de distancia. Mi hermana prefirió irse al hotel, cosa que agradecí, debido a que no quería convivir más tiempo con Priscilla con el humor que traía.

La caminada que hice ese día por La Habana Vieja lo disfruté enormemente. Platiqué con muchas personas, cubanos y extranjeros, entre los que puedo destacar a un profesor de treintaytantos años que militó en Izquierda Unida (el partido "más a la izquierda" de España), con el que platiqué de todo, desde la Guerra Civíl Española hasta la Ley de Memoria Histórica, pasando por la transición de Adolfo Suárez y el debate kafkiano sobre si el PSOE es de izquierda o ya se derechizó por completo. Además, conocí lugares más al sur del centro histórico, area con las calles completamente restauradas y donde se encuentran las plazas y plazuelas, como la de Armas o las dedicadas a Simón Bolívar o a San Francisco. Cuando cayó la noche, conversé con una señora que trabaja como guardia de seguridad en la entrada de la Academia de Ciencias. La señora se quejó de la situación económica, concretamente de la imposibilidad que tienen los cubanos de comprar un vestido nuevo o unos zapatos de marca, además de lo caro que es viajar dentro de Cuba. La señora me dijo que en Cuba nadie padece hambre, pero que muchos están cansados de tener un sueldo que no les permite adquirir aparatos electrónicos ni acceder a la modernidad tecnológica. Me comentó que los 3 cambios más urgentes que los cubanos quieren eran 1)Vender y comprar carros y casas 2)Eliminar como requisito tener una carta invitación para viajar de turista 3)Elegir al Presidente directamente por voto universal, y no a través de los diputados, es decir, acotar el parlamentarismo. Decidí preguntarle algo central: si ella tenía la libertad de cuestionarle eso al gobierno. Me contestó que si, que esos temas los cubanos los trataban con regularidad y sobre todo en los Comités en Defensa de la Revolución (CDR). Ante su respuesta, radicalicé la pregunta: "Señora, ¿Puede usted expresarle sus quejas a Fidel o a Raúl con total libertad?". La señora respondió afirmativamente, diciéndome que ella no tiene por que temerles, y que si alguien ha tenido ese sentimiento, ella no lo comparte. Afirmó que en Cuba son libres de cuestionar a su gobierno y que ella ejerce su derecho sin cortapisas. Le agradecí sus respuestas, me dirigí al Parque Central y tomé un taxi al hotel. En esa tarde, caminando por el Centro Histórico y platicando con los cubanos, había conocido más a Cuba que en todos los días anteriores.

No hay comentarios: